En sus primeras definiciones (elaboradas a partir del análisis de las prácticas rituales de la sociedad kabil), Bourdieu recurre a dos términos claves para definir el habitus: el de “disposición” y el de “esquema”.
El primer término es una herencia de de la filosofía moral: “El término disposición parece particularmente apropiado para expresar todo lo que recubre el concepto de habitus (definido como sistema de disposiciones): en efecto, expresa ante todo el resultado de una acción organizadora que reviste, por lo mismo, un sentido muy próximo al de términos como estructura; además designa una manera de ser, una propensión o una inclinación”.
El término esquema, más recientemente asociado con la noción de “competencia” de la gramática generativa de Chomsky, tiene una connotación más cognotivista y deriva directamente del “esquema” o “sistema simbólico” de Lévi-Strauss. En efecto, desde sus primeras definiciones Bourdieu caracteriza al habitus como un “sistema de esquemas interiorizados que permiten engendrar todos los pensamientos, percepciones y acciones característicos de una cultura, y sólo a éstos” (Panofky, 1967)
Así entendido, el habitus tiene un carácter multidimensional: es a la vez eidos (sistema de esquemas lógicos o estructuras cognitivas), ethos (disposiciones morales), hexis (registro de posturas y gestos) y aisthesis (gusto, disposición estética). Esto quiere decir que el concepto engloba de modo indiferenciado tanto el plano cognoscitivo, como el axiológico y el práctico, con lo cual se está cuestionando las distinciones filosóficas intelectualistas entre categorías lógicas y valores éticos, por un lado, y entre cuerpo e intelecto por otro. O lo que es lo mismo: se está superando las distinciones de la psicología tradicional entre lo intelectual, lo afectivo y lo corporal.
En cuanto esquema, el habitus es sistemático (lo que explicaría la relativa concordancia entre nuestras diferentes prácticas) y transponible, es decir, puede transponerse de un ámbito de la práctica a otro, de un campo a otro (lo que nos permitiría presentir, en cierta manera, cómo va a actuar un agente en una situación determinada, después de haberlo visto actuar en situaciones previas).
Este es el momento de introducir una observación importante: el habitus concebido como “esquema” existe en estado práctico; por lo tanto se lo interioriza de modo implícito, pre-reflexivo y pre-teórico. Como dice el propio Bourdieu “el sistema de esquemas clasificatorios se opone a todo sistema de clasificación fundado en principios explícitos y explícitamente concertados, como las disposiciones constitutivas del gusto y del ethos, que son sus dimensiones, se oponen a la estética y a la ética” (Bourdieu, 1979).
Por lo tanto estamos ante una teoría del “sentido práctico” que no pasa necesariamente por la conciencia y el discurso, con lo cual se cuestiona las teorías que reducen la acción al punto de vista intelectual del observador externo, en detrimento del punto de vista práctico del agente que actúa. Aunque, por otra parte, no se excluye la posibilidad de que el habitus se explicite conscientemente en forma de “esquema metódico” por efecto de la educación formal y de la inculcación sistemática. Con otras palabras: no se puede ignorar el trabajo de codificación y de formalización que opera sobre el habitus y a partir del habitus.
¿Pero qué es un “esquema” en el sentido estructuralista del término? La respuesta es simple: “cualquiera sea el terreno al que se aplique, el esquema produce términos opuestos y jerarquizados, y al mismo tiempo la relación que los une” (Bourdieu, 1976). Así concebido, el esquema se sujeta a las leyes de equivalencia, de sustitución y de inversión, como nos lo enseñara Lévi-Strauss. Hasta aquí Bourdieu permanece fiel al principio estructuralista de la oposición distintiva como generadora del sentido y del “valor” (en sentido semiológico, y no axiológico), y concibe la función simbólica como un “poder separador, distinción, diacrisis, discretio, que hace surgir unidades discretas de la continuidad insecable, y la diferencia de la indiferencia” (Bourdieu, 1979).
Nuestro autor, sin embargo, generaliza, amplía y distorsiona a su manera el esquematismo estructuralista introduciendo nuevos elementos como la jerarquización de las diferencias, el principio de contextualización situacional que decide el sentido y el valor de una posición distintiva, y la definición no sólo cognitiva sino también axiológica del “valor” saussuriano. Con otras palabras, la oposición distintiva funciona también como una jerarquía de legitimidad, y toda categorización es indisociablemente valorización y estigmatización, generadora de signos de distinción o de marcas infamantes.